Hay días en que muerdo la fruta de tu nombre y mi lengua me sangra hasta llegar al río, hay noches que me elevan por el aire de tus manos y una flauta extasiada me quema los labios. Hay noches y días al menos, en que todos los gorriones me amenazan y todas las luciérnagas me turban, me abochornan la tarde de mis sueños con su incandescencia de tan solo imaginar en la frontera de tus ojos esta pólvora interior que nos cautiva. Son los despertares trágicos, la bomba atómica del ser y develarse con el violín de tu sombra atravesando el pecho, cruzando la alambrada de los corazones, hiriendo la verdad más frágil con el aleteo simple y cadencioso de todas tus cuerdas.
Mikel Iglesias
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